jueves, 18 de octubre de 2012

CAMPANADES A MORT
         Lluís Llach, el célebre cantautor catalán, compuso esta obra al día siguiente de producirse lo que, en la historia contemporánea de España, se conocen como los sucesos de Vitoria: el 3 de marzo de 1976, cinco obreros perdían la vida en una brutal carga policial contra la iglesia vitoriana de San Francisco de Asís en donde se habían reunido para tener una asamblea. Pese a las recomendaciones del párroco y haciendo caso omiso del contenido del Concordato con la Santa Sede, la policía gaseó la parroquia y expulsó a los trabajadores del templo con el resultado que hemos mencionado. El mayor de los muertos tenía treinta y dos años y el más joven, diecisiete. Gente demasiado joven para morir aunque, la verdad, siempre se es joven para morir.
         Con toda razón, la indignación recorrió España y resonó en Europa. El régimen español, aún no democrático, intentaba vender, por medio de su ministro Fraga, una reforma política que avalaba el recientemente ascendido al trono, Juan Carlos I. No es rara la reacción de Llach; todo español de bien y de ley se sintió indignado por esa acción policial contra unos trabajadores que solicitaban cambios y reclamaban sus derechos.
En la letra de esta “quasi cantata” podemos leer las alusiones a la edad de los muertos:
Disset anys només
i tu tan vell;
gelós de la llum dels seus ulls,
has volgut tancar ses parpelles,
però no podràs, que tots guardem aquesta llum
i els nostres ulls seran llampecs per als teus vespres.
También se hace alusión a las tres bocas que quedaron cerradas:
Campanades a morts
per les tres boques closes,

y el mismo cantautor gerundense se abre el vientre para que en su seno reposen los muertos:
Obriu-me el ventre
pel seu repòs,
dels meus jardins
porteu les millors flors.

Per aquests homes
caveu-me fons,
i en el meu cos
hi graveu el seu nom.

Que cap oratge
desvetllí el son
d'aquells que han mort
sense tenir el cap cot.



          Todo muy hermoso, qué duda cabe, y muy justo. A mí,  en aquellos años aún en el colegio, me prestó el disco un amigo cuyo hermano mayor lo había comprado. Lo grabé en cinta en mi viejo radio - cassette Sanyo y lo escuché muchas veces. Creo que el poco catalán que sé lo aprendí escuchando a Llach y otros cantautores catalanes como Serrat o Pi de la Serra (que me gustaba menos). La música compuesta por Llach me parecía entonces una pasada: la coral Sant Jordi dirigida por el fallecido Oriol Maspons me sonaba a voces angélicas, la música de la orquesta me hacía sentir que aquello era una composición muy hermosa, muy trabajada por su autor, cercana a la música de Bach que ya me empezaba a maravillar ;  y, al final, recuerdo especialmente ese tema fugado que me encantaba.  La verdad, disfruté mucho con aquella “quasi cantata”.
         Han pasado algunos años y, durante ese tiempo, he vuelto a oír la “quasi cantata” varias veces. Poco a poco, me ha ido surgiendo una pregunta que me hago y os hago:
         ¿Por qué tantos muertos a manos de ETA no han tenido sus campanades a mort?
         ¿Por qué nadie se ha abierto el costado para  que enterraran a los muertos de Hipercor en Barcelona o los de la T4 en Madrid?
         ¿Por qué los trovadores se han olvidado de los ataúdes blancos, esos pobres niños a los que sin culpa se les dio la mort per companya?
         ¿Por qué nadie, en ningún canción, ha deseado a los de ETA, lo mismo que deseaba el cantor de Vergés en su obra?
Assassins de raons, de vides,
que mai no tingueu repòs en cap dels vostres dies
i que en la mort us persegueixin les nostres memòries.
         Nadie me responde.  Perdonadme si os he hecho pensar, pero esa era mi intención. Me queda el consuelo de pensar que los muertos, todos los muertos, cada uno de los muertos, aquellos y los que, por desgracia, los han seguido, tanto “de un bando como de otro” serán, como dice el propio Llach:
un mot
del victoriós poema.
El poema de la libertad, de la paz y de la convivencia que algún día tendremos que escribir todos.

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