martes, 18 de diciembre de 2012

JACINTO HERRERO ESTEBAN


JACINTO HERRERO

         Conocí a Jacinto Herrero mucho más tarde de lo que me hubiera gustado. Un día, en la librería de mi amigo Senén Pérez, Jacinto estaba viendo libros con don José Jiménez Lozano. Don José me presentó y él, casi al momento, me propuso traducir el primer libro de las Tristia de Ovidio. Fue mi primera traducción “profesional” y mi primera publicación. Luego, vinieron otros libros en los que el mayor placer era pasar las tardes con Jacinto y, mientras el café se enfriaba en la mesa, corregir las primeras pruebas y hablar de literatura. Era un poeta fino y de gran sensibilidad y mañana hace un año que nos dejó, que se marchó a cuidar los pájaros morañegos y a recorrer, en el incendio de la tarde, las rastrojeras de Langa. Sero te inveni, Jacinto, pero tú sabes que compartimos una amistad sincera y que vibrábamos al unísono leyendo un buen poema. Como testimonio de su poesía, ahí os dejo su último poema, dos meses antes de que dejara Ávila, la casa, y se marchara de vuelo hacia la casa del Padre.

Al margen de Teresa

 

Esta mujer tenía su raíz en la tierra:

tal vez vio al hortelano mullendo los terrones

del breve huertecillo, preparar para el riego

un caz de agua limpia donde beben palomas

de su palomarcito y menudos gorriones

que en el salmo aparecen solos en el tejado;

pían en soledad en busca de refugio

para una Noche larga esperando el Sol nuevo:

contempladlo de frente y quedaréis radiantes.

Ella ha viajado con vientos y tormentas,

vadeado los ríos en viejos carromatos

por llegar a ciudades de noche sin dineros.

-Y no tenemos casa. Conviene no hacer ruido

en esta pobre ruina hasta que no amanezca.

 

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