viernes, 31 de mayo de 2013

UN POETA COMPOSTELANO


También tenía ganas de leer a Miguel D’Ors, nieto de mi muy estimado don Eugeni  D’Ors. Jesús Sanz Rioja me había hablado de él y lo tenía en esa lista de lecturas que tenemos todos los “lectores profesionales” ese apodo con el que me tilda Miguel, el librero de Sandoval. Coincidimos el poeta y un servidor en nuestros recuerdos pontevedreses: el “Savoy”, aquel café de la plaza de la Herrería, los paisajes verdes de Galicia o el río Almofrey. Sus poemas me gustan porque, tras una aparente sencillez o incluso tras un supuesto prosaísmo, se esconde un trabajo de corrección y limado muy importante. Lope de Vega decía aquello de “el borrador oscuro y el verso claro” y este poeta santiagués se apunta a ese dicho. Merece la pena leerlo. Como hago tantas veces, os dejo un poema que a mí me gusta mucho.

Los abuelos

El abuelo era blanco; conocía

dos cuevas y sabía seguir huellas de lobo.

La abuela era menuda y tibia como un nido:

jugábamos a pájaros con ella.

 

... Y, alrededor, los dos llevaban como

un contorno de campos y palomas:

cruzaban el umbral y parecía

que con ellos entraba el verano en la casa;

al contarnos los cuentos, en sus voces

oíamos molinos y cuervos alejándose

y hasta en las mismas ropas nos traían

un recuerdo fragante, un recuerdo lluvioso

del heno y la retama...

 

... Y el abuelo, qué manos de valiente,

qué venas, retorcidas como parras;

las ganas que me daban

de cumplir en un día sesenta y cuatro años

para tener dos manos como aquéllas...

 

Luego, la abuela, aquellas zapatillas

de nube que llevaba,

aquel ir y venir, como volando,

de la escoba al misal, de sus gallinas

a las sábanas frescas,

de la labor de lana a los geranios,

del pan a las mejillas de sus nietos...

que entonces, suavemente, quedábamos dormidos

creyendo que la abuela no se acostaba nunca.

 

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