lunes, 13 de enero de 2014

DER ROSENKAVALIER

     
     
No puedo negar mi gusto y mi afición por Richard Strauss, tanto en su obra orquestal como en su obra teatral y liderística. Desde sus primeros conciertos para trompa hasta las Metamorphosen, su última composición para orquesta, la calidad de Strauss fue enorme. No voy a entrar en sus “tres pecados capitales”, aceptar el cargo de presidente de la Cámara de Música del Tercer Reich, asumir la dirección del Gewandhaus de Lepzig cuando los nazis expulsaron a Bruno Walter y dirigir en Bayreuth cuando Toscanini se había negado a hacerlo, porque en 1948 fue declarado inocente de colaboración con el régimen nazi y porque en 1945 escribió una de las partituras para orquesta más impresionantes que he oído nunca y que he citado unas líneas más arriba: Metamorphosen, un grito contra las atrocidades y barbaries de la Segunda Guerra Mundial. Como un ejemplo de la gran calidad de sus óperas en las que, desde Elektra,  firmaba el libreto ese gran poeta austriaco que fue Hugo von Hofmannsthal, os dejo un fragmento del libreto de su ópera más liviana, El caballero de la rosa, en la que la Mariscala habla del paso del tiempo.
El tiempo es una cosa extraña.
Mientras una vive su vida,
es absolutamente nada.
Luego, de repente,
no se es consciente de otra cosa.
Nos rodea totalmente,
y también está dentro de nosotros.
Gotea por nuestros rostros,
gotea ahí en el espejo,
fluye por mis sienes;
y entre tú y yo de nuevo
silenciosamente, como un reloj de arena.
¡Oh, Quinquin!
A veces, lo oigo fluir inexorablemente.
A veces me levanto en medio de la noche
y paro todos los relojes, todos.
Sin embargo, no hay que temerlo.
El tiempo también es una criatura
del Padre que nos hizo a todos.

Traducción de Fernando Fraga y Blas Matamoro


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