domingo, 23 de marzo de 2014

OTRO POETA QUE ES ALGO MÁS QUE UNA CALLE MATRITENSE


 
Cuando era pequeño, en aquel Madrid de taxis negros y rojos, mi abuela Patrocinio se refería a la calle Ortega y Gasset como la calle Lista. También hacía lo propio con García Morato  a la que llamaba Santa Engracia. Ella había vivido en el Madrid de antes de la Guerra y llamaba a las calles por el nombre de los años treinta. Ese tal Lista me llamaba la atención y no entendía por qué le habían quitado la calle para dársela a don José, el ilustre filósofo. Más adelante supe que don Alberto Lista había sido maestro de Larra y ahora, años después, he accedido a su obra gracias a esos libros de poetas de los años veinte que leo con fruición. Por el prólogo de este libro, de Fernando Castán Palomar, se cuenta que don Marcelino Menéndez Pelayo lo tildó de masón en su Historia de los heterodoxos, pero sus discípulos del colegio gaditano de San Felipe Neri sólo vieron en él su virtud cristiana y su celo sacerdotal. Sin embargo, don Marcelino que ya sabemos cómo se las gastaba, siguió en sus trece y prefirió defendella a enmendalla contestando a los exalumnos que “ el Lista de San Felipe Neri no era el Lista de 1812”. Sea como fuere, sus poemas nos han gustado por su gusto clásico y su perfecta métrica. Ahí os va uno que quizás no sea el mejor del mundo pero que me recuerda a Bocage, el gran poeta portugués.

En vano, Elisa, describir intento
el dulce afecto que tu nombre inspira;
y aunque Apolo me dé su acorde lira,
lo que pienso diré, no lo que siento.

Puede pintarse el invisible viento,
la veloz llama que ante el trueno gira,
del cielo el esplendor, del mar la ira;
mas no alcanza al amor pincel ni acento.

De la amistad la plácida sonrisa,
y el puro fuego, que en las almas prende,
ni al labio, ni a la cítara confío.

Mas podrás conocerlo, bella Elisa,
si ese tu hermoso corazón entiende
la muda voz que le dirige el mío.


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