lunes, 28 de julio de 2014

DIOS Y LOS MUERTOS






Quizás el nombre de José Luis Hidalgo diga muy poco a los lectores de poesía de ahora mismo si es que todavía queda alguno, pero fue un nombre fundamental en los años cuarenta. Su libro Los muertos aparece en todas las antologías de la poesía de posguerra y siempre se lo cita como un gran libro que revela a un autor que, muerto en plena juventud, podría haber llegado muy, muy lejos. Amigo de José Hierro, santanderino y buen poeta, tuvo la desgracia de contraer una enfermedad pulmonar, incurable entonces, que lo llevó a la tumba lleno de proyectos y, pese al título de su libro, lleno de vida. El libro de Hidalgo te sacude las entretelas del alma y plantea preguntas que surgen en esas noches oscuras por las que todos pasamos.  Cuando define a Dios “sólo como el ansia de quererle”, vemos en Hidalgo ese anhelo de Dios tan propio de esos poetas de los cuarenta y cincuenta. También Blas de Otero buscaba a ese Dios que le sajaba los ojos vivos. Ya no hay Dios en la poesía porque a Dios, como dice Jiménez Lozano, se lo han llevado a una residencia de ancianos. Eso sí, todavía algunos lo vamos a visitar alguna tarde.

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