domingo, 30 de noviembre de 2014

RAMÓN PÉREZ DE AYALA Y MI PAZ DEL SENDERO


 


         ¡Cuánto deseé este libro de Poesías completas de Ramón Pérez de Ayala! En mi adolescencia en el barrio de Salamanca, cerca de la Castellana, me solía llegar con frecuencia a la librería Pérgamo y allí, en aquella trastienda que se veía desde el mostrador, colocados en escrupuloso orden númerico y formando una cadena variopinta, estaban los libros de la Colección Austral. Recuerdo que nada más comprar uno, ya me iba  las páginas finales en donde aparecía un índice de autores en el que me iba fijando en aquellos que más me interesaban. Pero ya por entonces estaban agotadas estas Poesías completas. Sin embargo, gracias a ese genio de la lámpara que se llama Iberlibro, hace un tiempo conseguí  un ejemplar y lo comencé a leer. El título de primer libro me parece un hallazgo poético, La paz del sendero, pero, a medida que me adentraba en su lectura, los poemas no me gustaban tanto y acabé por dejar el libro, cosa muy rara en mí. Ahora lo he retomado y lo he terminado y como la constancia tiene un premio, al final casi, he encontrado un poema hermosísimo, El ideal, con un epígrafe de La epístola moral a Fabio, la de un ángulo me basta, esa, que usa Fermín Herrero, flamante premio Gil de Biedma 2014, Santonja et aliis mediantibus, en su columna de El Norte .

 

Un ángulo me basta entre mis lares,

un libro y un amigo, un sueño breve,

que no perturben deudas ni pesares.

Andrada

Un a casa y no más; blanca y sencilla,

lejos del mundo y de los hombres vanos.

Un huerto en que frutezca la semilla

por la virtud humilde de mis manos

y del sudor labriego de mi frente.

Una vida sin odios cortesanos;

no incertidumbre del placer presente,

no angustia mensajera del mañana,

ni envidias, donde el mal abre su fuente.

Una vivienda pobre y aldeana,

cerca del bosque, y que  del mar, amigo

de mi risa infantil, no esté lejana.

En su quietud, a solas, sin testigo,

he de labrar el alma como el huerto,

del vendaval poniéndome al abrigo.

Mi brazo en la labranza se hará experto.

Aguzaré del alma las pupilas,

cuando en negrura el orbe esté cubierto

y las obras de Dios yazgan tranquilas.

Morderé, de la llamada biblioteca,

la fruta idónea, entre apretadas filas,

cuyo zumo no se agria ni se seca.

El alma vestiré del recio lino

que la historia hubo hilado con su rueca.

Y acaso, cuando el gallo matutino

a medianoche el aquelarre ahuyente,

iré a besar con amoroso tino

el rostro sonrosado y sonriente

del infante gentil, que hayamos hecho

en minutos de amor, puro y ardiente.

Después reclinaré sobre tu pecho

mi cabeza cansada y cavilosa;

y será un paraíso nuestro lecho.

Al otro día, entre la luz brumosa,

veremos en las flores el rocío,

y en la tierra estará como una rosa

recién nacida. Yo diré: Dios mío,

que no nos huya nunca tanto bien.

Y al yo besarte, me dirá: Amén.

 

¿No notáis, al leerlo, el perfume de esos poemas de Marcial en que alababa su tierra bilbilitana? ¿No recordáis aquel aplauso de palomas desde las blancas torres?; ¿ no recordáis ese final maravilloso de gaudebis minus et minus dolebis? A mí me emociona este poemilla profundamente y con esa emoción os lo regalo.

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