lunes, 29 de junio de 2015

UN POETA ALCARREÑO




A José Luis Estruch y a un servidor nos hacía gracia el título de un libro de  este poeta del que quiero hablaros: Diario de un trabajador. Y nos hacía gracia porque éramos jóvenes y acusábamos a un profesor de la Facultad, sin fundamento alguno, de ser muy vago y, entonces, ese título, decíamos, le venía que ni pintado para nuestro profesor. Pero como éramos jóvenes, muy jóvenes, no tuvimos tiempo de leerlo. Pasando el tiempo y ya con la carrera acabada, acudí a unas oposiciones a Guadalajara, al Instituto que hasta no hacía mucho se había denominado Brianda de Mendoza, pero que ahora había retomado su nombre originario: Liceo Caracense. En el bellísimo patio de este Instituto, aparecía y creo que seguirá una placa en la que hacía mención al poeta del que os quiero hablar. Y, por fin, en este mes de junio, cuando han pasado veinticinco años que sí que son algo, pese a lo que diga Gardel para los veinte, he leído una antología del poeta alcarreño en esas selecciones que hacía Austral. Su poesía es una poesía de alto voltaje que aleja cualquier payasada de las habituales entre los ganadores profesionales de concursos. Habla s de Dios y no se le cae nada; habla del hombre que sufre porque vive y vive pensando para los otros y tampoco se le cae nada; habla del campo con palabras que huelen a la Alcarria y tampoco pierde ningún atributo. También cuida la métrica del poema y trabaja con endecasílabos que se encabalgan porque lo que nos quiere contar este buen poeta no le cabe en el verso como antes no le cabía en la lengua. Un gran poeta olvidado, sepultado por el alud de libélulas temblorosas que le ha caído en desgracia a la poesía española.  Se llamó en el siglo Miguel Alonso Calvo, pero se le conoce  por su nombre artístico: Ramón de Garciasol, alcarreño de Humanes de Mohernando, amigo de Buero vallejo, con quien compartió mesas en el Instituto caracense y buen persona. ¿Alguien da más?

Pero a tu sombra, amor

Rompe el tabique, trae a la ceguera
el diálogo, tu música. Me llenas
de otra luz esta carne donde penas,
recuerdos van. Tú sigue, compañera,


cogida de mi mano. Me redime
esa voz tan alzada de romero,
de campo con simienza y caminero
paso. Veo en tu verbo, creo. Dime


por qué este olor -¿es mayo?-, cómo ha sido.
Habla o calla, mujer, pero a mi lado,
pero a tu sombra, amor, pero a tu oído,


pero a tus brazos. Habla o calla, esposa,
pero ahí. ¡No me sienta abandonado
sobre la Tierra inmensa, silenciosa!


 

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