martes, 14 de julio de 2015

JOSÉ LUIS PRADO NOGUEIRA


José Luis Prado Nogueira nació en El Ferrol en 1919 y fue marino, más en concreto del Cuerpo de Intendencia de la Armada. Su vida profesional como marino es como la de todos nosotros: un intento de hacer endecasílabos de esa prosa cotidiana que es nuestra vida. Sin embargo, este hombre de mar también era poeta y, ya destinado en Madrid, tan lejos del mar en donde naciera, empezó a frecuentar una nave cuyos tripulantes eran los escritores del momento en el Madrid de los cincuenta: el Café Gijón. Nadie podía hacer “carrera” literaria si no pisaba la cubierta de tan noble barco. Allí hizo contacto con José García Nieto y comenzó a publicar. He tenido la suerte de leerlo en dos libros: Oratorio del Guadarrama y Réquiem ante la tumba de R.N.

         El primero es un libro en que el poeta habla con su hijo que, enfermo del pulmón, pasó en el Guadarrama - quizás en Cercedilla por lo que cuenta- un verano completo para que su hijo tomara lo que entonces se llamaba la “guadarramina”, un remedio contra el mal del pecho, ese eufemismo para no decir tuberculosis. El padre abre su corazón al hijo en una poesía en apariencia, ojo, sólo en apariencia, sencilla, pero que esconde un delicado trabajo de versos endecasílabos que contienen una emoción que se va introduciendo en la carne del lector.

         El segundo es un impresionante poema en el que un hijo, el poeta, habla ante la tumba de su madre y en el que el dolor se va convirtiendo, lentamente, en un fluido amoroso que inunda el libro.

         Gran poesía la de este marino que demuestra una vez más que nunca la lanza embotó la pluma y que tampoco, como es moda ahora, lo militar es sinónimo de lo zafio y cuartelero. Desde Garcilaso a Prado Nogueira o López Anglada hay pruebas suficientes de ello. Y a las pruebas me remito que diría un leguleyo.

         Os dejo este fragmento de su Oratorio en el que menciona unos picos y paisajes que son parte de mi corazón:

 

Queda la tierra en soledad, abierta
a la inquietud de tus atentos ojos.
Queda un circo de montes con bellísimos
nombres de pila: La Peñota, Siete
Picos, Montón de Trigo, Peñalara
más allá, más allá La Maliciosa.
Mira qué grandes montes se inventaron
para tu pobre pecho. Resplandecen
en la azul cercanía. Hay un enigma
umbilical, una invisible arteria
con latido común entre su bronca
y solemne hermosura y la exquisita
pulcritud de tus hilios pulmonares,
entre su anchura silenciosa, inerte,
y tu complejo aliento, destilado.

 

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