lunes, 28 de marzo de 2016

JUAN OCHOA Y BETANCOURT






Seguramente pocos conocéis a Juan Ochoa y Betancourt, un avilesino nacido en 1864, paisano del nuestro muy querido Palacio Valdés, y buen escritor in occulto. Yo, personalmente y por poner al burro delante, nada sabía de este buen señor hasta que me dio por pedir a La Nueva España (con perdón) de Oviedo unos libros azules, no muy bien editados por cierto y porque todo hay que decirlo, en los que se recogen autores asturianos. Si bien dijo en su momento Fernández Nieto que “era muy difícil ser poeta en Asturias” y nunca supe por qué pues la muerte se lo llevó antes de que pudiera ir a su casa palentina para preguntárselo, no es difícil ser novelista en Asturias (a las pruebas me remito) y así Ochoa escribe una novela como una fantasía de Burgmüller en la que cuenta unas vidas provincianas que, no por anodinas,  esconden el sufrimiento haciendo que sus personajes sean héroes de la vida cotidiana. Un alma de Dios, así se llama la novela, trata de la historia de una casa en una ciudad del norte que se llama Nuvareda y en esa casa están los Reboleño, comerciantes sin hijos, doña Sofía y su casa de huéspedes, cuya hija Carmen tiene un desliz con un huésped ( y no del sevillano, precisamente) del que nacerá Rosita, y los Cancienes, un matrimonio mayor que han tenido un niño cuya madre es prima lejana de don Tomás, un prócer provincial o decurión de gran importancia en esta historia. Don Justo Cancienes es un buen hombre que se dedica en un cuarto que tiene en su buhardilla a trabajar la madera y que construye un bonito palacio árabe . Pero esa felicidad, tan en tono menor, tan poco grandilocuente, tan poco “heroica” se va a ver rota por una infidelidad. Sin embargo, la justicia divina hace que con el tiempo, los buenos acaben con los malos y los malos acaben mal  como dice el Salmo que abre los ciento cincuenta salmos de la Biblia. Son poco más de ciento veinte páginas que merece la pena leerlas. Os lo recomiendo, pero no busquéis grandes cosas: estamos en una fantasía de Burgmüller. Se me olvida deciros que la novela le gustó mucho a Clarín que le recomendó que viajara a Madrid para tener vida literaria. Y allí se nos marchó el asturiano en 1892, pero una tuberculosis le hace regresar a su tierra asturiana y morir en Oviedo en 1899. No había cumplido ni treinta y cinco años.

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