sábado, 16 de julio de 2016

JUAN PEÑA, EL LEBRIJANO





Escribo esta entrada con la urgencia que pone la muerte en lo que toca. Se nos ha muerto Juan Peña, El Lebrijano, el gitano rubio, el cantaor de la voz potente, sonora, hermosa; se nos ha muerto un gran purista del cante que arriesgó cantando esa maravilla que fue Encuentro o defendiendo a los suyos en Persecución con textos del poeta extremeño Félix Grande; se nos ha muerto el hombre que triunfaba en los festivales, que rompía el silencio con su voz de siglos, que nos traía el mar en sus ojos claros. Se nos ha muerto el hijo de María la Perrata. Se nos ha muerto un cantaor que empezó acompañando a la guitarra a la Paquera de Jerez y que luego se decantó por el cante bajo el influjo del maestro Antonio Mairena. Yo, ahora, le veo con su dedo índice señalando al cielo, con su cante recio, invitándonos a la libertad de su voz irrepetible. Era hermano de Pedro Peña, excelente guitarrista al que recuerdo con José el de la Tomasa, otro grande del cante, y tío de Dorantes, el pianista flamenco. Juan, nos has hecho despertar del sueño de tu voz, pero te seguimos oyendo cantar por tangos, por bulerías, por seguiriyas, por martinetes y nuestra alma, celosa de la belleza, vuela hasta donde estás, montado en aquel blanco caballo, junto a una fuente, dándonos la libertad del agua de los mares. Lo bello y lo bueno no mueren. Tú, Juan, sigues con nosotros. Yo le rezaré a Dios; otros le rezarán a Alá y otros se quedarán callados porque, como tú decías, ésa es su forma de rezar. Todos te recordaremos como el gitano rubio que con su índice nos señalaba al cielo, ese cielo en el que ahora habitas. Amén.

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