jueves, 29 de septiembre de 2016

LA APOTEOSIS DE PACA LA CULONA



 

         El final del verano ya iba dejando algunas nieblas en la finca de don Antonio Pérez Tabernero en Muñodono, un pueblo a treinta kilómetros de Salamanca, y las hojillas de los fresnos se iban dorando cuando sucedió este momento crucial de la historia de España.

         A la lado de la finca de don Antonio está el aeródromo de guerra y en la finca se reúnen once generales y tres coroneles: Cabanellas, Dávila, Mola, Saliquet, Valdés y Cabanillas, Gil Yuste, Franco, Orgaz, Queipo de Llano y Kindelán, generales, y dos coroneles: Montaner y Moreno Calderón. Como en toda reunión humana, en ésta había dos bandos: los que abogaban por el mantenimiento de la dirección colegiada de la política y de las operaciones militares o, al menos, de la política general y favorecían la designación de Franco como jefe militar único. En el primer bando estaba Cabanellas y en el segundo los monárquicos Orgaz y Kindelán con el apoyo expreso de Alfonso XIII. Mola estaba en el centro, pero apoyaba a Franco.

Se habían reunido porque se buscaba un jefe único para el ejército, un generalísimo dicho en términos militares. Este 21 de septiembre de 1936 estos oficiales y jefes se habían reunido para designar a ese hombre que gobernará el ejército sublevado. Por la mañana no hay acuerdo y, tras la comida, Kindelán plantea el mando único militar que es algo bueno desde un punto de vista logístico (donde todos mandan no hay quién se aclare). Los generales se muestran reticentes y Mola deja clara su postura: “Pues yo creo tan interesante el mando único que si antes de ocho días no se ha nombrado generalísimo, ya no sigo. Yo digo ahí queda eso y me voy». Se produce una votación en la que Kindelán, con el apoyo de Orgaz y de Mola, propone a Franco. Todos, menos Cabanellas que se abstuvo aceptan al de Ferrol, incluido Queipo que llamaba a Franco Paca la Culona y cuyas diferencias entre ambos eran más que notorias tal y como tratamos en otra entrada de Blog sobre el general Bartet.

         El 28 de septiembre, una semana después, se realiza una segunda votación con los mismos asistentes y se decreta lo que sigue (nos fijaremos


Artículo 1.º Todas las Fuerzas de Tierra, Mar y Aire que colaboran o colaboren en el porvenir a favor del Movimiento estarán subordinadas a un mando único, que desempeñará un general de división o vicealmirante.

Artículo 2.º El nombrado se llamará Generalísimo y tendrá la máxima jerarquía militar, estándole subordinados los militares y marinos de mayor categoría.

Artículo 3.º La jerarquía de Generalísimo llevará anexa la función de jefe del Estado, mientras dure la guerra, dependiendo del mismo, como tal, todas las actividades nacionales: políticas, económicas, sociales, culturales, etcétera.

Artículo 4.º Quedan derogadas cuantas disposiciones se opongan a ésta.

         Franco, más gallego que nunca, tolera como baza de negociación la idea de que el Generalísmo fuera jefe del Estado mientras durara la guerra y sólo mientras durase la guerra, pero no lo acepta y que así lo declara. Los jefes y oficiales se van a almorzar y, por la tarde, Franco lo deja claro: aceptará siempre y cuando no se limite su mandato como Jefe del Estado. El general Cabanellas lo dejó muy claro para la historia:

"Ustedes no saben lo que han hecho, no le conocen como yo que lo tuve a mis órdenes. Si le dan ahora España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie le sustituya ni en la Guerra ni tras ella, hasta su muerte (...)".

 

Mas, con todo, Cabanellas firma el decreto que aparece en el BOE al día siguiente, 30 de septiembre de 1936. En ese decreto publicado en el BOE en su artículo primero, ha desaparecido el “mientras dure la guerra” y queda redactado así:

Artículo 1º. En cumplimiento de acuerdo adoptado por la Junta de Defensa Nacional, se nombra jefe de Gobierno del Estado español al excelentísimo señor general de división don Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado.

Como es lógico, se le nombra Generalísimo de los ejércitos.

         El 1 de octubre de 1936, la Junta de defensa proclama en Burgos Generalísimo del Ejército y Jefe del Estado a ese gallego bajito y con bigote, africanista que había despertado el recelo de los padres de Carmen Polo porque, según el padre, un africanista era como un torero; el hombre que reprimió la Revolución de Asturias; el antiguo director de la Academia de Zaragoza en la que había impuesto el uso del preservativo entre los cadetes. Franco pronuncia una breve arenga en la que dice que su pulso “no temblará” y recalca: “Me tengo que encargar de todos los poderes”.  El gallego de voz meliflua y bigotillo sale al balcón y se da un baño de multitudes, su primer baño de masas. Y debió de gustarle porque ya sabéis que aquel gallego se fue a El pardo y en el Pardo estuvo hasta que salió para morir en el Hospital La Paz. Era en noviembre de 1975 y habían pasado más de treinta y nueve años. ¡Qué bien lo conocía Cabanellas, el general masón a cuyas órdenes había servido o galego ferrolán!


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