miércoles, 26 de abril de 2017

EL CONDE DE VILLAMEDIANA Y SUS AMORES REALES


Don Juan de Tassis y Peralta tuvo la fortuna y el buen gusto de nacer en Lisboa, menina e moça, en el año de gracia de 1582. Su padre era el embajador de España y Correo Mayor del rey, cargo que heredaría Juan más adelante. El mozo, guapo y con maneras desde pequeño, recibió una gran formación con dos grandes humanistas de le época: Bartolomé Jiménez Patón y Luis Tribaldos de Toledo. Aprendió latín, filosofía, literatura (si alguien se extraña de que estudiara estas materias inútiles tengo que decirle que la educación hasta las últimas reformas tenía como finalidad la formación de la persona no prepararla para entrar en un mercado laboral que la avoca al paro o a la emigración), pero lo que parece una vida ejemplar se trocó en una vida en la que no faltaron destierros (dos, a saber, uno por jugador y otro por atacar a Felipe III con acerbas sátiras), amoríos, duelos y quebrantos ( pero no al estilo cervantino). Pero don Juan no tenía freno y, puesto a echarse amantes, fijó sus nobles ojos en los reales de doña Isabel de Borbón, esposa santa de Felipe IV, el vallisoletano. Cualquiera lo hubiera ocultado, pero don Juan era de otra pasta y no se le ocurrió otra cosa que grabar en su escudo este lema: SON MIS AMORES REALES. Por si esto fuera poco, en una representación de La gloria de Niquea, don Juan llegó a quemar el escenario para poder rescatar a su Lise y salir con ella en brazos entre las llamas como un Rhett Butler cualquiera en Lo que el viento se llevo. Como os podéis imaginar, el conde tenía muchos enemigos y una noche, en una esquina de la calle Mayor de Madrid, un embozado le salió al paso y le acuchilló. Aunque el conde echó mano a la espada, la muerte se lo llevó en sus fríos brazos. Dudo que este crimen fuera motivado por ese proceso de sodomía del que habla don Narciso Alonso Cortés y dudo de que el conde fuera aficionado al pecado nefando, pero, sin embargo, nada se puede asegurar sobre este personaje. Luis Rosales escribió en 1969 su Pasión y muerte del conde de Villamediana y Néstor Luján su deliciosa novela (que pienso releer en breve) Decidnos quién mató al conde. Por cierto,  ¿Quién mató al conde? Pues los mentideros de Madrid decían que el “impulso había sido soberano” porque nadie dudaba de que la mano del monarca  pucelano andaba por detrás del embozado. Pero eso es otra historia y por ahora os dejo con este soneto con el que se abren sus obras completas. A gozarlo que son dos días.

Nadie escuche mi voz y triste acento,
de suspiros y lágrimas mezclado,
si no es que tenga el pecho lastimado
de dolor semejante al que yo siento.

Que no pretendo ejemplo ni escarmiento
que rescate a los otros de mi estado,
sino mostrar creído y no aliviado
de un firme amor el justo sentimiento.

Juntóse con el cielo a perseguirme
la que tuvo mi vida en opiniones
y de mí mismo a mí como en destierro.

Quisieron persuadirme las razones
hasta que en el propósito más firme
fue disculpa del yerro el mismo hierro.


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