martes, 27 de junio de 2017

EL DOCTOR SANTIAGO GONZÁLEZ ENCINAS




Quiero contaros hoy la historia del doctor Encinas, médico lebaniego que nació en Lomeña el 31 de diciembre de 1836. Era hijo de labriegos y sus padres quisieron dedicarlo al sacerdocio y, tras estudiar en Potes dos años de Latín, el muchacho, que no hemos dicho que se llamaba Santiago González Encinas, se marchó para el Seminario de León en donde cursó tres años de Filosofía y un año de Teología. Sin embargo, pronto notaron los profesores que Santiago prefería las ciencias físicas a las espirituales y que mucho le gustaba practicar autopsias a pajarillos, lagartos y a cualquier animal que, o bien compraba a sus amigos, o bien se las ingeniaba para conseguirlo. En 1856, regresa a Lomeña y allí decide hacerse médico.  Cierto ya en su vocación, Santiago estudia en Valladolid en donde hará amistad con Germán Gamazo Calvo, un mocetón boecillano que iba todos los días al Instituto pucelano montado en su caballo para estudiar lo que entonces se llamaba el Grado Bachiller. Se licencia en Medicina en Valladolid y en 1863 va a Madrid para estudiar el doctorado. Sin embargo, de nuevo, esta vez por la mala salud, Santiago regresa a su Lomeña. Al cabo de un año de estar en su tierra lebaniega, se entera de que una epidemia de cólera hace estragos en Madrid y el gran médico que es no lo duda ni un instante: marcha para Madrid y en la Casa de Socorro del distrito 5º, presta sus servicios. A partir de ahí todo son éxitos: doctorado en 1864; plaza por oposición en el Hospital General de Madrid, Cátedra de Anatomía en Cádiz que no llega a ocupar porque prefiere quedarse en Madrid en donde, de nuevo por oposición, alcanza la Cátedra de Patología Quirúrgica en el Hospital de San Carlos hasta que en 1872 pasa a la de Clínica Quirúrgica que ocupara hasta su temprana muerte, con tan sólo cincuenta años, el 4 de enero de 1887.
         Fue el doctor Encinas un médico notable y adquirió un renombre a nivel internacional. Fue el primero en abordar la extirpación maxilar superior para el tratamiento tumoral. Sus alumnos no dudaron en definirlo como “operador extraordinario, sereno e intrépido; disector habilísimo, su bisturí no hallaba dificultades en la más intrincada región anatómica y su pericia en las operaciones de cuello y de cara llegó a ser proverbial”.
         Bien es cierto que su aspecto era el de un montañés rudo, con una barba espesa y poblada como si el Ojáncano de Lomeña anduviera por los pasillos del hospital y los estudiantes, siempre tan acertados en sus motes lo pusieron “la fiera seductora”;  pero,  al mismo tiempo, le tenían un hondo respeto y un gran cariño.
         Don Santiago no sólo se dedicó a la Medicina, sino que en sus ratos libres fue un hombre interesado por la cultura y por la política en la que se decantaba por una república conservadora. Fue un hombre generoso y apoyó la creación del sanatorio del Rosario con 75000 pesetas.
         Hasta aquí lo que quería contaros de su biografía. Dejamos para mañana el “milagro de su conversión”.

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