lunes, 28 de agosto de 2017

ATAHUALPA YUPANQUI








Yo recuerdo tu voz, viejo indio de cara ancha como tu corazón valiente,  sonando en aquellas noches de verano en que volvíamos de la sierra y el calor iba entrando en el coche como una lengua de fuego que limpiaba mis pequeños pecados niños. En la radio del coche, tu voz y tu guitarra me producían una sensación de venir de muy lejos, de unas tierras remotas que nunca conocería, de países en donde los muertos convivían en la calle con los vivos. Mas,  de pronto, se perdía la emisora y una voz más lejana se colaba de pronto y hacía aún mayor el misterio de voz de los llanos. ¿De dónde venían esas emisoras? ¿Quizás de islas perdidas en medio del océano? ¿De países lejanos como lejano es ahora el país de mi infancia? Y, por debajo de ellas, otras aún más distantes, más extrañas, más misteriosas. Pero la seguridad de una mañana de luz radiante en la azotea podía todos mis miedos y tú, viejo indio de cara ancha como tu corazón valiente, seguías cantando historia de ríos, de carretas, de un Dios al que le hacías preguntas. Yo ahora recuerdo tu voz, viejo Atahualpa Yupanqui, ahora que ya te has ido muy lejos por el caminito del indio, ahora que Dios te hace a ti las preguntas. Yo ahora recuerdo tu voz en este viejo disco y sin querer, viajo de nuevo de regreso a casa, con el calor como una lengua de fuego que limpia mis pecados grandes de adulto. Gracias, Atahualpa, por poner esa voz en mi infancia que no ha dejado de sonar hasta ahora.

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