miércoles, 23 de agosto de 2017

DOS POETAS GRANADINOS




Ya he dicho en más de una ocasión que lo de ser de Granada es un plus para ser poeta. Antonio Praena, Luis García Montero, Jesús Montiel, entre otros, por no citar a los ya más que conocidos Federico García Lorca y Luis Rosales, nos dan una idea del arte de Granada eso sin nombrar a Falla, un enamorado de la ciudad; a Debussy, que no estuvo pero que le dedicó una obrita a la Puerta del Vino por la postal que le envió Falla y por no hablar tampoco de los Morente o de los Habichuela o de Antonio Amaya, recriado en Barcelona, pero granadino de nacimiento. Estos dos poetas de los que os hablo hoy son José Carlos Rosales, granadino del 52, y Ángeles Mora que aunque cordobesa de Rute, vive en Granada en donde estudió. Podría contar de ellos, pero prefiero dejaros sus versos y cambiaros el poemilla de Icaza antes de copiar sus versos:

Dale limosna, mujer,

que no hay desgracia mayor

que no ser poeta en granada.

 

 

Oigo cómo se abre el grifo de la ducha,

cómo tu piel se moja y me imagino

tu piel llena de espuma

y el agua resbalando con calma por tu cuerpo,

llevándose los trazos monótonos del día,

y no puedo eludir una pregunta,

una vaga inquietud, una pesquisa:

¿Podrá borrar el agua la huella de mis manos?

¿Se notará esta noche, cuando estemos allí

en medio de la gente, el rastro de ese beso

que te daré más tarde en medio de la espalda?

 

Oigo el agua que cae, vuelvo a mirar la hora,

me levanto y te busco, y te miro peinándote

delante del espejo, y al ver tu piel mi duda

se desvanece y huye, ya no vuelve.

José Carlos Rosales


 

Buenas noches, tristeza

La vida siempre acaba mal.
Siempre promete más de lo que da
y no devuelve
                         nunca el furor,
el entusiasmo que pusimos
al apostar por ella.
Es como si cobrase en oro fino
la calderilla que te ofrece
y sus deudas pendientes
-hoy por hoy-
pueden llenar mi corazón de plomo.

No sé por qué agradezco todavía
el beso frío de la calle
esta noche de invierno,
mientras que me reclaman,
parpadeando,
sus ojos como luces de algún puerto.
Por qué espero el calor que se fue tantas veces,
el deseo
por encima de todas las heridas.

Pero acaso me calma una tibia tristeza
que ya no me apetece combatir.

Todo sucede lejos o se apaga
como los pasos que no doy.

La vida siempre acaba mal.
Y bien mirado:
¿puede terminar bien lo que termina?

 

Ángeles Mora

 

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