miércoles, 23 de agosto de 2017

MAURA Y LA BELLEZA ESPIRITUAL DE CASTILLA



De todos es sabido que don Antonio Maura y Montaner era mallorquín; quizás menos sepan que se casó con una boecillana, Constancia Gamazo, hermana de Germán Gamazo; quizás muchos menos sepan que venía con frecuencia a Boecillo y que él, un balear, se enamoró del paisaje castellano y nos vio como creo que no nos ha visto ningún escritor castellano. Os recuerdo que los escritores de la Generación del 98, tan amantes de Castilla ellos y que crearon la imagen típica y tópica de Castilla, no eran castellanos, sino levantinos, vascos y de otras zonas “periféricas”. Por eso, no me extraña en absoluto que Maura defendiera así, ni más ni menos que en el Congreso de los Diputados, ese lugar en donde ahora ha entrado el lenguaje de la calle,  tal y como recoge César Silió en su libro, la belleza espiritual del campo castellano:

  “Diré ahora una cosa, y es que cuando cruzo en cualquiera dirección los campos castellanos, yo, que hablé en el regazo de mi madre una lengua que no era la de Castilla, sino casi la misma lengua que los solidarios, no pienso eso, yo no siento eso, sino todo lo contrario, y la misma planicie del terreno suscita en mi ánimo sentimientos totalmente opuestos. Porque yo, cuando veo aquellos adobes con tejas, que por una cruz resultan ser un templo, que no tienen de templo otra muestra, digo: ahí habitaron los que con una loriga o sayo pardo y harapiento fueron a arrojar de los dorados salones de la Alhambra, de los alicatados de sus miradores y de los alabastrinos patios, a los señores de aquella cultura y de aquella riqueza; los que defendieron la cristiandad y los que rehicieron la nación…

           Y cuando yo veo un país tan pobre, tan aislado, que parece que no se comunica sino con las inclemencias del sol tropical y del cierzo helado, me acuerdo de que allí se ha asentado el pueblo que ha llevado a continentes dilatados y ha arraigado por los siglos de los siglos. Toda aquella cultura, toda aquella sabiduría política, toda aquella idealidad, que está en un monumento de eterna gloria de la corona de España, que se llama las leyes de Indias. Yo, en Castilla, veo lo que veo en esas personas predilectas de la espiritualidad, donde parecen que anidan las almas a quienes reservan la inteligencia y el amor los secretos de sus cumbres, con su cuerpo, acaso feo, irregular, como si la materia no se hubiese decidido a envolver por completo espíritus tan grandes…”

 

           ¡Madre mía! ¡Y que ahora nos tengamos que conformar con escuchar al Rufián dichoso! ¿A ver si va a ser verdad que a Diputado, a Gobernador Civil y hasta presidente del Gobierno se llega, como dijo el gran Belmonte, “degenerando”?

No hay comentarios:

Publicar un comentario