miércoles, 20 de diciembre de 2017

PRÍAMO Y AQUILES O EL COMIENZO DEL HUMANISMO


Dice Carlos García Gual que el humanismo en la literatura occidental comenzó en el pasaje de la Ilíada en el que Príamo suplica ante Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo Héctor maltratado por el pélida y arrastrado por el polvo con la fuerza de sus caballos. No podemos ver uno a uno los casi ochenta hexámetros que Homero dedica a tan hermoso asunto, pero, al menos, veremos los primeros, aquellos en los que se nos describe a un anciano Príamo abrazado a las rodillas de Aquiles y suplicándole por los despojos de su hijo. También veremos cómo el pélida se conmueve en su belicoso corazón y acaba cediendo al ver la vejez del rey de Troya y acordarse de la vejez de su propio padre Peleo. Hermoso pasaje de la Ilíada, de nuestro comienzo de la Literatura Occidental que dice así en griego:

 

τοὺς δ᾽ ἔλαθ᾽ εἰσελθὼν Πρίαμος μέγας, ἄγχι δ᾽ ἄρα στὰς
χερσὶν Ἀχιλλῆος λάβε γούνατα καὶ κύσε χεῖρας
δεινὰς ἀνδροφόνους, αἵ οἱ πολέας κτάνον υἷας.

 

El gran Príamo entró sin ser advertido y, acercándose,

agarró con sus manos las rodillas de Aquiles y besó sus manos

asesinas y espantosas que tantos hijos le habían matado(…)

 

         Notemos el encabalgamiento del segundo hexámetro en el tercero con los dos adjetivos que definen a las manos de Aquiles: asesinas y terribles. Pero si son asesinas y terribles, lo son porque, además de a otros muchos guerreros,  han matado a los hijos del pobre padre suplicante. Y sigue Homero:

 

ὣς Ἀχιλεὺς θάμβησεν ἰδὼν Πρίαμον θεοειδέα·
θάμβησαν δὲ καὶ ἄλλοι, ἐς ἀλλήλους δὲ ἴδοντο.

τὸν καὶ λισσόμενος Πρίαμος πρὸς μῦθον ἔειπε·


μνῆσαι πατρὸς σοῖο θεοῖς ἐπιείκελ᾽ Ἀχιλλεῦ,
τηλίκου ὥς περ ἐγών, ὀλοῶι ἐπὶ γήραος οὐδῶι·


Se quedó atónito Aquiles viendo a Príamo, semejante a un dios.

Y atónitos se quedaron los demás y se miraron unos a otros.

Príamo, suplicante, le dirigió estas palabras:

 

“¡Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses,

que tiene mis mismos años y en el umbral funesto de la vejez está!

 

         Sigue Príamo con su hermoso discurso y, ¡grande milagro!, consigue conmover al pélida y ambos acaban llorando:

 

 

ὣς φάτο, τῶι δ᾽ ἄρα πατρὸς ὑφ᾽ ἵμερον ὦρσε γόοιο·
ἁψάμενος δ᾽ ἄρα χειρὸς ἀπώσατο ἦκα γέροντα.
τὼ δὲ μνησαμένω ὁ μὲν Ἕκτορος ἀνδροφόνοιο

 

κλαῖ᾽ ἁδινὰ προπάροιθε ποδῶν Ἀχιλῆος ἐλυσθείς,
αὐτὰρ Ἀχιλλεὺς κλαῖεν ἑὸν πατέρ᾽, ἄλλοτε δ᾽ αὖτε
Πάτροκλον· τῶν δὲ στοναχὴ κατὰ δώματ᾽ ὀρώρει.

 

Habló así (Príamo) y suscitó en aquél el deseo de llorar por su

                                                                                              [padre.

Tomó entonces al anciano de la mano y lo apartó suavemente.

Y cada uno con sus recuerdos, uno acordándose del mortífero

                                                                                              [Héctor

lloraba sin descanso, echado a los pies de Aquiles,

y Aquiles, a su vez, lloraba por su padre y, otras veces, también

por Patroclo. Y los sollozos de ambos llenaban la estancia.

 

         De nuevo, el encabalgamiento del último hexámetro es magistral pues nos pone en “primera línea” el dolor por la muerte de Patroclo.

 

         Príamo, con su aflicción, movió el corazón de Aquiles que, al final ( por desgracia no podemos recoger todo el diálogo) le dice a Príamo que humanos somos y en manos de los dioses estamos y que por ser mortales el destino tenemos en manos de los dioses.

         En el siglo XII a. C.,  dos hombres, un anciano y un joven guerrero, unidos en la desgracia, se dan cuenta, toman conciencia de su condición de mortales, de simples humanos ante la omnipotencia de los dioses y se consuelan con el llanto y con la palabra. ¡Con razón dice el maestro Gual que comienza aquí el humanismo en la literatura universal!

 

ἆ δείλ᾽, ἦ δὴ πολλὰ κάκ᾽ ἄνσχεο σὸν κατὰ θυμόν.
πῶς ἔτλης ἐπὶ νῆας Ἀχαιῶν ἐλθέμεν οἶος

ἀνδρὸς ἐς ὀφθαλμοὺς ὅς τοι πολέας τε καὶ ἐσθλοὺς
υἱέας ἐξενάριξα; σιδήρειόν νύ τοι ἦτορ.
ἀλλ᾽ ἄγε δὴ κατ᾽ ἄρ᾽ ἕζευ ἐπὶ θρόνου, ἄλγεα δ᾽ ἔμπης
ἐν θυμῶι κατακεῖσθαι ἐάσομεν ἀχνύμενοί περ·
οὐ γάρ τις πρῆξις πέλεται κρυεροῖο γόοιο·

ὡς γὰρ ἐπεκλώσαντο θεοὶ δειλοῖσι βροτοῖσι
ζώειν ἀχνυμένοις· αὐτοὶ δέ τ᾽ ἀκηδέες εἰσί.

 

 

(Habla Aquiles)

 “Ay, desgraciado! ¡Cuántas desgracias has soportado en tu ánimo!

¿Cómo te has atrevido a venir en soledad a las naves de los aqueos

ante los ojos del hombre que a tantos y valerosos

hijos te ha matado? Tu corazón, sin duda, es de hierro.

Pero, ¡ea! toma asiento y, pese a todo,  los dolores

dejemos tranquilos en nuestro corazón por mucha que sea la pena.

Pues ninguna ganancia resulta del helado llanto.

Que así hilaron el destino los dioses para los míseros mortales:

vivir llenos de penas. Ellos en cambio, libres están de dolores.

 

         Frente a la vida en el dolor de los humanos, la vida sin cuitas de los dioses. Hombre con hombre frente al dolor; hombre con hombre en simpatía; hombre con hombre sintiéndose necesitados.

Toda una lección de humanismo y humildad. Por cierto que humano y humildad tienen, en latín, una misma raíz: humus, tierra. Pero esa historia la dejo para otro día.


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